Santini y los efectos del metatarso roto

Vasto, 18 de mayo de 2020

por nuestro enviado Carlo Brena

Un cielo límpido despierta los corredores en la mañana del primero de los dos días de descanso en el SenzaGiro: el Adriático es como una línea recta e inmóvil en el horizonte delante los balcones del hotel de Vasto. En los aparcamientos de los hoteles los talleres improvisados se ocupan del mantenimiento de las más especiales: «Tienen que estar todas listas para las diez», nos dice el mecánico del equipo Trek Segafredo mientras ajusta el sillín de una Emonda, roja como una de las más potentes Ferraris, antes de que los ciclistas vayan a dar una vuelta en grupo. «Pero, por qué no la pintáis de rosa», grita un admirador de Nibali desde detrás de las barreras, refiriéndose a la primacía del Squalo de Mesina. El mecánico no se preocupa de dar una respuesta, y solamente después de haber reforzado por última vez la llave octogonal se va a la furgoneta del taller.

Mientras tanto, en el aparcamiento que hay detrás del hotel, Pietro Santini enseña su pase a la vigilancia. Pietro siempre se despierta a primeras horas del día, como todo habitante de Bérgamo suele hacer. Después de haber dado un paseo por la playa, regresa para desayunar al hotel donde lo esperan sus hijas Monica y Paola que casi desde hace diez años tomaron las riendas de la empresa. Se llama visita de cortesía y es algo así como un encuentro ‘institucional’ que las empresas organizan en los días de descanso para conocer a los técnicos y a los atletas, pero sobre todo para vivir el espíritu de equipo, tantear los humores colectivos y escuchar los rumores que serán útiles a lo largo de la temporada. Aquí Santini es de casa, porque desde 2018 la empresa de Lallio, en la provincia de Bérgamo, viste a la formación Trek Segafredo y, a día de hoy, cuando el Caballero encuentra a uno de sus atletas, después de haberle hecho la típica pregunta sobre sus condiciones físicas, averigua también el estado de la ropa. «Para una empresa como la nuestra, que hizo de la calidad tecnológica su estrategia de marca, es fundamental que los atletas estén satisfechos de la ropa que les proporcionamos —afirmó Menica, la mayor de las dos hermanas— porque va a ser la misma ropa que los aficionados encontrarán en las tiendas».

Incluso en estas situaciones Pietro Rosino Santini, el Roso como lo llamaban sus amigos, está detrás del escenario: ha dejado a las segundas generaciones las riendas de la empresa «y es justo que ellas conduzcan la empresa mientras yo me limito a mirar desde lejos», nos cuenta Pietro Santini satisfecho, a quien nunca le falta una palabra cuando se le pide que recuerde tiempos pasados, cuando la ropa de lana de la posguerra dejaba el lugar a los primeros tejidos de fibra sintética. «Hasta la primera mitad de los años setenta la ropa para ciclistas no cambió mucho con respecto a la que se usaba antes de la guerra —narra mientras pedimos un café en la zona de recepción— predominaban la lana mixta con el acrílico, y toda la ropa para ciclistas se confeccionaba a partir de estas telas de punto». Naturalmente se trataba de una solución con numerosos límites: la lana de entonces no era adecuada para usos específicos en el ámbito deportivo, y no solo era complicado trabajarla sino que, además, no era particularmente higiénica.

«Lo que me hace sonreír hoy es volver a hacer pantalones cortos, sin duda la prenda más técnica de una colección de ciclismo: los de antes no tenían tirantes y la badana se realizaba con piel de gamo natural curtida» y, como la piel tratada de esa manera solía secarse tras el lavado, era necesario ablandar la piel de gamo con agua y crema de diversos tipos. En fin, ¡qué trabajo! Un animal, el gamo, que ha empezado a mirar a su alrededor con más tranquilidad desde que las normas de protección internacional de los años ochenta prohibieron su caza: «y así la industria ha trabajado mucho para buscar soluciones alternativas con tejidos sintéticos de diversos tipos para suavizarlos al contacto, que a veces estaban rellenos de gomaespuma», recuerda Santini con palabras melancólicas porque, en esta evolución, fue claramente uno de los protagonistas. Pero en estos años llega una gran novedad y aparecen por primera vez fibras sintéticas muy finas compuestas por un elastómero de grandes cualidades: la licra. Empieza una nueva era.

Estamos más allá del boom económico de la Italia de la posguerra, y ya han pasado veinte años desde que el Roso, obrero en un taller mecánico, se rompiera el metatarso trabajando un invierno a finales de los años cincuenta: yeso y convalecencia en familia. Durante el parón forzado aprende los fundamentos del arte textil trabajando al telar que sus hermanas mayores, Maria y Natalina, tenían en la cocina: «Gracias a mi experiencia en mecánica logro realizar ciertas mejoras al telar». Fue una revelación y, mientras el negocio prosperaba, decidió contratar a una chica del pueblo: Maria Rosa, que poco después se convertiría en su mujer y en responsable del área administrativa de Santini Cycling Wear.

Mientras que en el vestíbulo del hotel hay un gran ajetreo y se vislumbra a lo lejos un Nibali concentrado, nosotros seguimos con el relato de los cientos y cientos de maillots que salieron de la fábrica de Bérgamo y que vistieron a todos los campeones del ciclismo: «todos excepto uno, mi amigo Felice, y lamento mucho esto». Observando un libro ideal de los recuerdos, cada maillot tiene su historia, pero el que a Roso le empuja ahora a seguir su narración es el maillot histórico de La Vie Claire. Un maillot de punto emblemático. «Me presentan a Bernard Tapie en una gala e inmediatamente me doy cuenta de que me hallo ante una fuerza de la naturaleza: ex actor, algunos álbumes como cantante, no tenía experiencia en el ciclismo pero sí entusiasmo y una visión única —subraya en un preciso y brillante recuerdo el fundador de la fábrica de géneros de punto deportivo— era el patrón de un grupo deportivo que poco después revolucionaría las lógicas del ciclismo profesional». Además de haber contratado a los corredores más fuertes en circulación como el ya reconocido Bernard Hinault y la estrella emergente norteamericana Greg LeMond, el explosivo Tapie quiso crear algo nuevo, incluso desde el punto de vista de la imagen, en un ámbito, el del pedal, hasta entonces muy reacio a los cambios. «Nos encarga unos uniformes que no se han visto nunca antes —abre muchos los ojos el Caballero— porque, como no quiere las tradicionales lisas, de un solo color con algunas inserciones de una franja horizontal o en la cintura de un color diferente, nos encarga un maillot con una particular composición de figuras geométricas de colores». Santini se interrumpe y mimando el gesto dice: «Pensando en cómo confeccionarlo me llevo las manos a la cabeza». Nace así el histórico maillot La Vie Claire, inspirado en las telas de Mondrian. Un éxito inmediato, no solo por las victorias (y las batallas intestinas) de Hinault y LeMond, sino también por el impacto comunicativo. «Es verdad, pero qué esfuerzo: cada casilla de color tuvo que ser trabajada por separado y después ensamblada, teniendo en cuenta el añadido de las bandas negras de separación».

Parece que en la empresa Santini algunas mujeres de la producción se acuerdan todavía de aquel encargo, que rozaba los límites de lo imposible, y de las prisas por entregar la ropa al equipo francés. «Una vez confeccionada, la cargaba en el coche y la llevaba a tiempo para la carrera de la mañana siguiente». Eran otros tiempos.





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