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Giovinazzo es un lugar que siempre ha picado mi curiosidad desde los tiempos de los “Domingos Deportivos” presentados, mira tú por dónde, Adriano De Zan, en los que se leían los resultados de los partidos de hockey sobre patines. Conocía todas las ciudades del campeonato, excepto Giovinazzo, que no tenía ni la más mínima idea de dónde podía estar. Así que puede suceder que una etapa del Giro de Italia sirva también para contestar a viejas preguntas y para tomar nota de que no haber visto Giovinazzo significa pringarla, porque mola mucho. Por otro lado, tal vez alguien lo haya olvidado, estamos en Apulia y, después de Giovinazzo, el grupo pasará por Trani, Margherita di Savoia, rozará Canne y, sobre todo, se someterá al espíritu que aquí flota sobre cada cosa desde hace siete siglos y medio: el de Federico II. Por eso, después de dar una vuelta pronto por la mañana por la plaza Vittorio Emanuele, desde donde los corredores partirán, me he despedido de la caravana y he dirigido el coche hacia Ruvo di Puglia —otro lugar que merece la pena visitar antes o después— y he subido a Castel del Monte, porque no se puede ser huésped aquí sin rendir homenaje al emperador.

Sea como sea, no es que me haya desinteresado por la carrera, ya que imaginaba como se habría desarrollado la etapa. Ya antes de Trani habría empezado el primer intento de fuga, que el grupo habría dejado ir, al menos hasta Manfredonia, quizás incluso después si Dario Cataldo, Giulio Ciccone y Giovanni Visconti (los líderes de la clasificación de la montaña) no hubiesen agitado el pelotón para sumar todos los puntos posibles sobre el Monte Sant’Angelo. Tras Coppa Santa Tecla los transistores empezarían a enfurecerse y las filas se cerrarían, porque, aunque los últimos kilómetros son ‘nerviosos’, el grupo se pondría el traje del emperador y cumpliría su deber ineluctable.

Con que yo he holgazaneado hasta que he podido y, holgazaneando, he empezado a pensar que Apulia es de verdad la región más hermosa de Italia, porque nunca se ha visto un Gran Premio de la Montaña como Monte Sant’Angelo, maravillosa sobre el Gargano y resplandeciente gracias al Santuario de San Michele que la Unesco ha hecho bien en tutelar. Luego, una vez acabada la vuelta de Federico II, he ido a la sala de prensa y me he sentado, como siempre, al lado de los Bidon, porque compartimos los mismos vicios y, en fin, nos compadecemos. Les he contado, antes de oír cualquier noticia, cómo pensaba que iba desarrollándose la etapa, y de hecho en Madonna dello Sterpeto, que está justo antes de Barletta, cuatro se habían ido. Jaakko Hänninen de la AGR La Mondiale, Davide Martinelli de la Astana, Olivier Le Gac de la FDJ y Marco Frapporti de la Vini Zabù y, justamente, el grupo les ha dejado todo el espacio que deseaban. El pelotón ha sido tan amable que solo se lo ha tomado en serio en Manfredonia, así que la fuga ha pasado intacta sobre el Monte Sant’Angelo y Jaakko Hänninen, que tiene que ser uno de esos nórdicos que siempre ha deseado deleitarse al sol del Sur de Italia, ha superado primero el Gran Premio de la Montaña. Pero luego Consonni y Rossetto de la Cofidis se han puesto delante del grupo, relevados por Adam Hansen para marcar el ritmo y la ventaja se ha reducido rápidamente. Antes de Coppa Santa Tecla Hänninen y Le Gac han sido absorvidos, pero Frapporti, que no puede cambiar su naturaleza de eterno fugitivo, debe de haber convencido a Davide Martinelli que lo siguiera en la rebelión.

Han resistido 10 km más y en Vieste han llegado huyendo, pero recién sobrepasada la señal de bienvenida a la ciudad, Cesare Benedetti y Daniel Oss los englobaron en el pelotón, con Oss que ha hecho el gesto del pulgar a Frapporti y este le ha devuelto el saludo. Asi, suerte echada, he preguntado a los Bidon: «¿quién decís: Elia Viviani?». «No está tan claro, ojo a la aceleración de la Calle Saragat donde puede que pase algo». «¿La aceleración de Calle Saragat? Pasan por ahí a 58 por hora, ni siquiera la sienten». Y de hecho no ha sido eso lo que ha marcado la diferencia, sino un cuello de botella a 4 kilómetros de la línea de meta. Ha habido una desaceleración seca, que ha enredado la cabeza del grupo y así once se han quedado adelante, once que estaban trabajando para un capitán que ha terminado en el embotellamiento, en el que nadie se ha hecho daño por suerte, y que ahora se han quedado aislados en cabeza. Once con la santísima luz verde para jugársela y además sorprendidos por esta bendición, porque Marco Benfatto, Fabio Felline y Alex Howes se han enredado en el juego de las trayectorias y han perdido terreno. Así al final han quedado ocho en el final del viale XXIV Maggio, casi todos sin ningún punto de referencia excepto ellos mismos.

Jan Tratnik, Lorenzo Rota, Ryan Gibbons, Cesare Benedetti, Andrea Vendrame. Los otros tres eran Roger Kluge, Davide Cimolai, Krists Neilands, los últimos dos corren en la Israel Start Up Nation y ha sido suficiente una mirada para decidir quién tenía que sacrificarse para quién. Neilands ha respondido a cada aceleración, ha llevado a su compañero de equipo hasta los últimos 250 metros para luego quitarse del medio, pero la aceleración ha sido tan fuerte que el letón ha terminado tercero, mientras que Cimolai, por fin libre, ha dejado a Kluge una bicicleta atrás y ha ganado, con 31 años, su primera etapa en el Giro de Italia. Tengo que decir la verdad, que este epílogo ha sido un tirón de orejas, porque me ha enseñado que casi cualquier cosa se puede anunciar —que la fuga de la etapa se absorbería en el momento adecuado, que el maillot rosa no cambiaría espalda y que Apulia es maravillosa—. Pero que, en el Giro de Italia, siempre hay algo mágicamente imprevisible.

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Este maillot será firmado por el ganador de la etapa y subastado por beneficencia al final del Senzagiro. Design hecho por Fergus Niland, director creativo de Santini Cycling Wear, y dibujado por el ilustrador Marija Markovic.

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