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Si uno analiza de nuevo la etapa al revés, desde la meta hasta el comienzo, ya puede encontrar todas las señales. Esta mañana Dario Cataldo ha sido el primero en salir del autobús, se ha ido a firmar, solo, mientras miraba a su alrededor, ha dejado su bici y se ha concedido un periódico y un café en una mesa de la cafetería del pueblo de la salida. Ha mirado fijamente a contraluz la catedral de Mileto, que tiene arriba aquella especie de bordado que deja entrever el cielo. «Me gustaría dibujarla, pero las iglesias no son lo mío». Dario bosqueja caras, ojos, perfiles. Retratos. «De noche, cuando no pego ojo, me basta una hoja de papel en blanco, un lápiz, un recuerdo». Debería dibujar de memoria también a Nibali, porque en estos días, dichosos los que ven a Vincenzo: su autobús está en estado de sitio y no se podría permitir un café en el pueblo con sus viejos amigos.

«No sería suficiente el blanco y negro de siempre, en estos días Vincenzo está en rosa». Cataldo se ha echado a reír. Ha cogido el perfil de la etapa y lo ha pegado a su bici con el cuidado de un artista, igualando los bordes, eliminando las minúsculas burbujas de aire con las uñas. «¿Ves este punto? Justo antes del kilómetro 30. Aquí dejamos el Mar Tirreno y nos internamos, volvemos a subir. Dentro de tres etapas estaremos en mi casa, en los Abruzos». El Giro es una vuelta sin fin. Una procesión entre los desastres, los desprendimientos, los terremotos, las carreteras rotas, los puentes caídos en el suelo como fichas de dominó, pobre País, víctima de una hermosura que es demasiado para sostener, defender, incluso soportar. El Giro pasa y deja en el camino la nostalgia de toda esa exageración. Detrás de los bordados del frontón de la catedral el cielo de mayo es azul violento. Cataldo es uno de los que vuelven. El ciclismo lo ha llevado por el mundo, vive en vuelos intercontinentales y retiros en la altura, hall de lujo y refugios solitarios, clásicas y carreras por etapas, vive de gregario y tiene cabeza de jefe de filas. Ese punto que había indicado con el dedo en el mapa no es un lugar cualquiera, se llama cruce Sirene. El cruce es algo que cambia una historia: aquí está la carrera que dejas, allí la que tomas. Antes de que pudiéramos hablar de las sirenas, un estruendo nos ha hecho caer de nuevo dentro de la etapa que está a punto de empezar. Dentro de aquella multitud que se desplazaba desordenada y veloz, tendría que estar Nibali vestido de rosa, y quién sabe si ha pensado en la primera vez que había cruzado el Estrecho de Mesina y el padre de su amigo Carmelino Materia fue a saludarlos al embarque, «así pues, os vais a correr a Italia, tened cuidado» y por primera vez Vincenzo había entendido qué significa ser una isla y tener que dejarla cada vez. Luego está el Giro, que te hace volver.

La etapa había empezado demasiado rápido como siempre, de repente se corre y el único horizonte está por delante, es aquella línea blanca a 223 kilómetros, después de tres premios de la montaña y al final el descenso del Válico de Montescuro. Los primeros intentos de fuga se dan en el kilómetro cero, como si no esperaran nada más que irse. Estamos parados en una gasolinera cuando radio-carrera cuenta que un corredor se ha ido, solo. «Dorsal uno-seis-dos, Cataldo». Han pensado que era demasiado pronto, uno no hace doscientos kilómetros solo, ¿adónde va? «El dorsal uno-seis-dos ha tomado ventaja en el kilómetro 29,5, carretera estatal 18, en el cruce Sirene».

Él lo ha dicho, siempre hay que hablar con los corredores al comienzo, ya que te lo cuentan todo. Lo ha hecho, en el punto que había indicado con el dedo. Ha mirado hacia la playa, donde el náufrago Ulises conoció a Nausícaa, la hija del rey. No es una leyenda, la reconstrucción de los historiadores y arqueólogos no deja dudas de que esta fue la antigua tierra de los Feacios. El héroe Ulises fue arrojado a los escollos de Capo Vaticano, luego buscó un atraque más conveniente: lo encontró en esta orilla llana y en los ojos de Nausícaa. El corredor con el dorsal 162 ha fijado todo en su mirada de artista y luego ha tirado con sus piernas de gregario jefe de filas. Faltaban 190 kilómetros para la línea de meta, y nunca ha mirado hacia atrás.

Ulises quería regresar a Ítaca después de largos años de guerra y otros tantos largos años de regreso, Cataldo simplemente esperaba que los demás no decidieran perseguirlo. El grupo ha estado perdiendo terreno durante mucho tiempo, cansado por el repentino calor veraniego, Nibali con maillot rosa reía con Sagan y luego con Viviani, ha comido, siempre se ha quedado a la cabeza del grupo, con Ciccone que no lo perdía de vista. Por delante, Cataldo comenzaba su Odisea solitaria, las primeras dos clasificaciones de la montaña acompañado de algunos aplausos y con el coche de equipo que le comunicaba que su ventaja había pasado de 9 minutos a 5 y algo, luego el último ascenso, hasta los 1600 m del Válico de Montescuro. En la primera curva una abuela y una niña marcaban el tiempo cantando una antigua cancioncilla: Gallinita coja coja Cuántas plumas llevas en la cola Y llevas veinticuatro Una, dos, tres y cuatro La abuela y su nieta buscaban el grupo, para ellas Cataldo no era suficiente. Esperaban una carrera, no un corredor. Ha bajado la colina con un minuto escaso de ventaja, ha afrontado el último descenso como si al final estuviera la salvación, o tal vez su casa. Cuando lo hemos visto aparecer, aún solo, como desde el principio de esta mañana, el grupo a sus espaldas se hacía cada vez más nítido, cada vez más grande, el ruido del desquite casi daba miedo. Cataldo ha llegado abriendo los brazos, solo, doce segundos antes que el resto del Giro. Así es como se regresa.

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Este maillot será firmado por el ganador de la etapa y subastado por beneficencia al final del Senzagiro. Design hecho por Fergus Niland, director creativo de Santini Cycling Wear, y dibujado por el ilustrador 2Bros creative.

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