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Desde Catania hasta Villafranca Tirrena: una etapa de mudanza, después de la subida de ayer al Etna. Se empieza por la tierra de las negras laderas de lava, duras tanto a la vista como al tacto, que de vez en cuando sirven de tobogán a coladas de fuego, anticipadas por algunos petardos de advertencia para los habitantes de la zona colindante. Muy a menudo no hacen daño, solo humo y ceniza. Hay que saber que el Èttina es un tipo incazzusu, que aguanta la respiración durante años y luego explota, mirando a todos de arriba a abajo, fuerte en su talla: un peso máximo entre los volcanes de Europa. En los días de sol el gigante de piedra negra parece otear el horizonte, a más de cien kilómetros de distancia. Y lo hace con la típica sospecha sícula, en silencio. Es probable que esta mañana, con tono de difidencia, con una pizca de intolerancia hacia la caravana del Giro, se haya dirigido a sus hermanos pequeños que están en las Eolias, en Stromboli y Vulcano, para preguntar: «Ma angora assai hann’ a sdari gà?» (¿pero, tienen que quedarse todavía mucho?).

La respuesta de los parientes, más acostumbrados a un turismo veraniego ruidoso, a gente que llega de todas partes, habrá sido algo de este tipo: «Cumpari, tranquillu! L’uttimu ionnu è, dumani si ni vannu nte Calabri» («¡tranquilo, hermano! Es el último día, mañana se van a Calabria»). Y es una lástima porque “Italia, sin Sicilia, no deja en el espíritu imágen alguna. Es en Sicilia que se encuentra la clave de todo”. Lo escribió, hace dos siglos, Johann Wolfgang Goethe: uno que de “Grandes Giros” sabía mucho. Hoy, en la salida, la temperatura se mantenía en la norma: 30o C, con una irradiación solar más cercana a África que a Europa continental. Algo que hace derretir el helado en la mano, si no te das prisa en comerlo mientras te pierdes hablando. Muchos grandes de la general dan un suspiro de alivio: pocos los asaltos amistosos de los aficionados. Los que tienen mucho éxito son los nativos: los hermanos Nibali, Caruso (que en realidad nació en Turín, pero da igual) y Visconti. No faltan los partidarios de Dumoulin que gusta por estos lares. Despidiéndose de Catania, el grupo se mueve hacia el interior. Hoy, adelantarse y sentir el viento en la cara será bastante fácil.

Mejor que los demás lo entienden cinco corredores: Giovanni Visconti, Nicola Conci, Miguel Flórez, Mirco Maestri y Héctor Carretero. Abren el baile y se van, solos, a afrontar los falsos llanos del valle de Alcántara. Su destino ya está escrito. Y lo saben. Luego, en Francavilla di Sicilia, llega la única verdadera ascensión del día. No da miedo. Son 16 km pedaleables, pendiente media del 4,5%. Es el sol el enemigo, hoy. No hay ni un metro de sombra hasta alcanzar la cota de 800 m, cerca de Mandrazzi. Una cantimplora te la bebes, otra te la echas por encima para quitarte la sal de la cara y de los brazos. La gente está por todas partes, al borde de la calzada. Flórez y Carretero se agitan, intentan una escapada, tratan de quitarse de encima al veterano Visconti, que conoce cada metro de este recorrido. Responde Conci, se ponen a cola los demás con el diente 53, se vuelven a agrupar y siguen todos allí. Más escaramuzas del tercero al quinto kilómetro, pero con menos brillo. Al décimo kilómetro se agotan las energías de Carretero, el más cansado, como las aguas del torrente Zaviano en el valle: seco. Observa cómo se marchan sus compañeros de fuga subiendo entre las anchas curvas cerradas, más y más arriba, mientras desde abajo el pelotón avanza inexorable a distancia. Ahora hay árboles, sombra y 10° C menos. Flórez lo intenta otra vez. Acorrala a Visconti. Lo siguen Maestri y Conci. Sufriendo se ponen a rueda cuando faltan 500 m para el Gran Premio de la Montaña. Faltan 150 m para la meta y el palermitano toma la iniciativa y conquista la cima. Delirio de sus seguidores en toda la isla.

Largo descenso que lleva a la llanura. Capas y geles, para todos. Hay quien arriesga para coger al vuelo un cannolo. Se atraviesan Novara di Sicilia, Barcellona Pozzo di Gotto, Milazzo. El grupo devora asfalto, regular. Merma segundos. Es el habitual rito del sacrificio de la fuga. Atroz, feroz, esperado. Se cumple el pronóstico cuando faltan menos de 20 km. Grupo compacto, ahora, y cartas en la mano para los equipos de los esprinters. El ritmo sube paulatinamente. Ya no se escapa nadie, si acaso alguno quería intentarlo de verdad. Se viaja hacia Villafranca Tirrena: 10.000 habitantes en condiciones normales, hoy diez veces eso. Una muchedumbre a la espera del esprint. Y, a las cinco de esta tarde caliente, ya no queda mucho por esperar. Carretera nacional en bajada ligera, de 5 km a 3 para la meta: el grupo es una cuña humana que corta el aire a velocidad espacial. Supera indemne una primera curva insidiosa. Como corrientes de un río en crecida, se alternan en cabeza los hombres de la Jumbo Visma para lanzar a Groenewegen y a Teunissen, los de NTT para Nizzolo, y los de Bora para Ackermann. Mil metros para la meta y solo una última curva, peligrosa, 90° a la izquierda para entrar en el paseo marítimo. Va en cabeza la Cofidis de Viviani, seguida de la Deucenick QuickStep de Jakobsen y de la Lotto Soudal de Caleb Ewan. Pero esto es azar.

Los primeros Cofidis son demasiado rápidos, se cierran demasiado. Caen Hansen y Sabatini. Cualquier estrategia salta por los aires, para todos. Ahora es puro shootout. Todos contra todos. Solos. Las piernas cuentan mucho. Quien más tiene es Jakobsen, quien deja atrás a Teunissen por pocas centésimas. Luego llega Viviani, tercero en la remontada, con muchas piernas, pero poca suerte. Desfila el grupo, lo que queda de él. Los grandes de la clasificación general están a salvo. No se salva, en cambio, el ritual de la entrega de los premios: Vincenzo Nibali, profeta en su tierra, tiene la honor de adelantar a todos en el escenario. Casi lo obligan a subir: como una rockstar. Le piden que diga algo, a su gente, sobre su Sicilia. Dice: «la unidad armoniosa del cielo con el mar y el mar con la tierra... quien los ha visto una sola vez, los poseerá para toda la vida». Bueno, las palabras no han sido precisamente estas, la verdad. Pero nos gusta pensar que el sentido de la declaración a Vincenzo se lo ha sugerido justo aquel «que de grandes giros sabía mucho». Aplausos.

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Este maillot será firmado por el ganador de la etapa y subastado por beneficencia al final del Senzagiro. Design hecho por Fergus Niland, director creativo de Santini Cycling Wear, y dibujado por el ilustrador Riccardo Guasco.

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