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En el verano de 1950, el escritor norteamericano Truman Capote compra una casa en las laderas del Etna, cerca de Taormina. Una foto lo representa de cuclillas sobre las escaleras de una casa con las paredes blancas como la tiza. Lleva puesto un par de sandalias de cuero, tiene la camisa desabrochada y unos vaqueros enormes: de tres tallas más que la suya. Truman Capote tiene 26 años, pero seguirá teniendo su cara de niño hasta los 60: una cara de niño que está descubriendo las maravillas del mundo, ¡mucho cuidado con despertarlo! La vegetación, la casa con vistas al mar, aislada, sin agua corriente ni electricidad, pronto se convierten en un detonador formidable de creatividad. En una condición casi de trance Capote termina de escribir aquí, bajo a Muntagna, que es como los sicilianos llaman al volcán, una de sus novelas más bonitas aunque menos conocidas: El arpa de hierba.

Dicen que el aire del volcán es bueno no solo para los escritores sino también para todas las mentes creativas, todos los que siempre buscan una escapatoria de los cálculos y de la racionalidad. Una manera para ser libres cueste lo que cueste. Preguntad por curiosidad a Alberto Contador cuál es su montaña (y su subida) favorita. Será seguramente de la misma opinión Giulio Ciccone, el “capitán del futuro” de la Trek-Segafredo, porque a 3 km de la línea de meta de la quinta etapa, la Enna-Etna, el joven de los Abruzos vuela hacia el final. Después de horas pasadas a jadear en la sofocante tierra adentro después de las primeras curvas cerradas a las afueras de Linguaglossa, entre cantimploras bebidas de un tirón y helados que se deshacen en las manos de los niños, se produce la primera fuga del Giro 2020.

Poco importa si es solo una jugada estratégicamente planeada por el equipo de Luca Guercilena para eliminar engorros inútiles a Nibali, de nuevo ganador del Maillot Rosa en Agrigento. Poco importa si Dumoulin, López, Majka, Yates, Froome siguen a distancia, sin agobiarse demasiado. La acción de Giulio es de esas arrolladoras. Límpida, franca, la perfecta continuación de la del año pasado en el Mortirolo. Hoy el viento sopla más fuerte que sobre el Ventoux. Y el Etna es el Mont Ventoux del Giro. Tiene la misma altura que el “Gigante de Provenza”, es decir 1900 m. Y tiene también el mismo clima extremo: muy caluroso o muy frío, según le convenga. Con Eolo, que puede soplar a 100 km por hora o callarse, es como jugar a los dados. A un joven espectador el sombrerito rojo-amarillo le vuela lejos. Se trata de un sombrero clásico de los años ‘80 que parece pertenecer a la serie (de TV) Stranger Things: lleva escrito Ceramiche Ariostea. Casi termina en la rueda anterior de Giulio, pero él está en trance y tampoco se da cuenta: como Truman Capote sigue su flujo. Lo divertido es que ninguno de sus colegas parece haberlo entendido. Si hoy estuviese aquí el novelista norteamericano, el autor de A sangre fría y Desayuno en Tiffany’s, cerraría los ojos y estaría con una sonrisa burlona. Él, el efecto Mongibelo, lo conoce bien y sabe hasta dónde puede llegar.

Giulio es útil para Vincenzo, pero quiere ser útil sobre todo para sí mismo, se entiende rápido. Hay algo mágico, como una pizca de pimienta en una sopa que hasta aquel entonces había sido un poco sosa, en su forma insistente de levantarse en los pedales delante de la lava. Todo esto pasa en los últimos 3 km de subida, cuando las pendientes superan el 10% y rozan el 11% (los porcentajes medios del último tramo son del 9%). Formolo, después del logro de hace dos días, se tambalea, quizás “siente” demasiado la competencia toda italiana, pierde el ritmo de los mejores. Carapaz, se ha movido de la retaguardia, lo supera. La boca del volcán, de forma espeluznante, está cada vez más cerca: una leyenda narra que, en el siglo V a.C. el filósofo Empédocles cayó ahí adentro, y fue víctima de su curiosidad excesiva.

¿Cómo no tener ganas de ir fugado en un sitio como este? Giulio sigue su inspiración. El gran Nibali, que lidera el grupo de los mejores, se esfuerza por mantener su ritmo, aunque lo querría más lento y moderado, su gregario. Froome está retrasado, no es su día, tampoco hoy. Dumoulin no se arriesga y se pega a la rueda de Vincenzo. López lo sigue, con él también Majka y Yates. Giulio reduce la velocidad, por los pinganillos le dicen que no pise el acelerador. Querría mandarlos a tomar viento fresco, está claro, pero este año tiene buenos propósitos: menos impulsividad y más estrategia. Ha bajado un piñón y espera al Squalo. Los dos suben juntos, se cambian con regularidad, confabulan entre sí. Luego, por fin, cuando tiene a los hombres de la general bajo control, Vincenzo deja ir a su escudero. Giulio gana un par de metros, mira hacia atrás, entiende que ya está. A dos pasos de la boca del infierno, protegido por el bosque, conquista la primera llegada en alto de este Giro. Froome es el único big (a menos que no consideremos también a Evenepoel, que hoy lleva un fuerte retraso) que paga peaje: 10 segundos. Que sumados a los de anteayer dan más de 1 minuto. Mucho, quizás demasiado. Sacude la cabeza, el británico, evita las cámaras y se dirige nervioso hacia los rodillos. Un castigo en el castigo. Se pone los cascos y empieza a triturar. Su especialidad.

Llega Sagan, muy perjudicado, casi al límite del tiempo máximo. Resopla: creía haber dado todo ya, en términos de sufrimiento, en el Tourmalet, dos años atrás. Posdata bucólica: esta ladera del Etna, que nunca antes había sido afrontada en el Giro, es una verdadera maravilla. En la base olivos y viñedos, subiendo retamas amarillas, abedules y lava, y en la cima pinos y bosques. Mil paisajes en una sola subida. Mareneve: este es el nombre del camino que desde Linguaglossa trepa hasta la encrucijada que conduce a Piano Provenzana. Una línea de alquitrán que desafía lo imposible. La carretera requiere un mantenimiento constante: a causa de las infinitas erupciones ‘menores’, las que se filtran de la Muntagna, las más peligrosas. En la otra ladera, ubicada al sur, se encuentra el observatorio de Piano Vetore. Dicen que las estrellas que se ven desde ahí, gracias a la ausencia casi total de contaminación luminosa, son de vértigo. Parece verdad. La de Ciccone ya brilla con una cierta intensidad.

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Este maillot será firmado por el ganador de la etapa y subastado por beneficencia al final del Senzagiro. Design hecho por Fergus Niland, director creativo de Santini Cycling Wear, y dibujado por el ilustrador Tiziana Longo.

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