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«La mañana del 30 de mayo de 2020, ante la mirada del público local, el pelotón desfila por Alba, por la misma plaza y por las mismas calles por donde marcharon los partisanos al final de la guerra. Muchos entre ellos no recuerdan aquella tarde lejana, cuando la gente indicaba con el dedo los nombres de batalla bordados en los pañuelos rojos y azules de los partisanos como si fueran el número del dorsal de los ciclistas que participaban en el Giro del preguerra.

Es solo un instante, el único instante de colores del día. Ya sobre el puente de Tanaro la niebla se traga la carrera. Una niebla inédita que, desde tiempos inmemoriales, nadie había visto nunca, sobre todo a finales mayo, cuando ya es casi verano. Las carreteras rectas en la llanura entre Bra y Saluzzo penetran como espadas en la niebla densa y el pelotón parece obedecer a un extraño deseo de desaparecer, de no estar. Sin embargo, esta es la etapa que decide todo, que al final da sentido a tres semanas de pedaleo, agotamiento en subida y de intentos de sacar ventajas de los esprints. Todo el mundo lo sabe: lo saben los caballeros de la aventura, los asaltantes que no tienen mucho que pedir a excepción de un poco de prestigio, de la firma protocolaria en una edición que, de otra manera, sería anónima e injustificada para el organizador de la competición y para los patrocinadores; lo saben quienes confían todavía en un cambio radical en la situación gracias a un golpe de mano bien dado; lo saben sobre todo los cuatro incluidos en 90’’ en las primeras cuatros posiciones de la clasificación general. Un minuto y medio es casi nada para un desafío de 200 km y cuatro puertos por escalar, incluyendo la meta final. A mitad del valle Varaita, entre Brossasco y Frassino, después de 60 km de una procesión gris, el primero en cruzar el paso intermedio es Krists Neilands, en busca de puntos para la clasificación de la montaña; Visconti, que ostenta del maillot de mejor escalador, no vacila ni un segundo y lo sigue junto a George Bennett. Esa es la señal. Dos hombres del Deceuninck-Quick Step se lanzan detrás de ellos: Davide Ballerini y James Knox. Algo se está moviendo a pesar de la niebla que sigue dominando la carretera. Persistente y celosa, parece que la niebla no quiere revelar nada de la carrera: ningún helicóptero en vuelo, ninguna transmisión de imágenes. Solo los motociclistas que, dentro de la carrera, intentan imaginársela y transmiten algún dato vía radio.

En Casteldelfino empieza la verdadera subida, pero solo después de haber pasado Chianale, donde la pendiente se hace más pronunciada, el grupo del maillot rosa empieza a disparar los primeros golpes. Evenepoel, el partisano Remco, abre el fuego. En misión de reconocimiento, la avanzadilla de su Brigada Pedaleorápido lo espera algunos minutos más adelante. El grupo se separa como las cuentas de un rosario: a las oraciones jaculatorias del flamenco contestan, cada uno a su manera, Betancur, Lopez, Carapaz y Yates. Y también Bardet, Keldermann y Zakarin y un resucitado Dumoulin. Pero falta la primera voz en rosa. Nibali no consigue tener el ritmo: entiende que no le conviene responder a los ataques. Por eso sube a su ritmo, distinto al de los demás: pocas decenas de metros y los ve desvanecerse en la niebla. Aquella niebla que es la única que no se cansa: llena ligeramente, como por saturación, las laderas de la montaña y se come las rocas y los últimos alerces aislados. Afloran solo sus ramas más altos que parecen manos y brazos de la gente a punto de hundirse. Quizás Nibali piensa lo mismo: faltan más de cien kilómetros para la línea de meta y está a punto de sumergirse en una crisis. Giulio Ciccone se queda con Vincenzo, tal vez por orden de equipo. Gino Mäder hace lo mismo con Pozzovivo, quien también jadea en la niebla del Colle dell’Agnello.

El partisano Remco tiene veinte años, pero parece que corre desde hace diez. No ha pasado siquiera un minuto desde que Neilands con Bennet, Visconti y los dos Quick-Step llegaran a la cima que Remco se lanza sin darse un respiro o ponerse el impermeable y eleva su ritmo al pasar el puerto. Detrás están casi avergonzados. En el GPM Nibali pasa con 1’15’’: por dos segundos Betancur podría quitarle el maillot rosa. Pero Remco solo necesita menos de la mitad de los 20 km de bajada para acercarse a los fugitivos: a los pies del Izoard, es él quien conduce la clasificación virtual. Si Remco tiene veinte años, el Izoard podría ser su examen de selectividad. Y parece que lo ha pasado con honores. Devora el valle de Arvieux: ya no necesita a sus compañeros de la Brigata Pedaleorápido. Ahora es él quien manda. El único que le hace frente es Romain Bardet. Detrás, mientras Betancur, Yates, Lopez, Carapaz y Domoulin se organizan, Nibali parece perdido. Por delante Remco y Romain, en el pedregal amarillento de la Casse Deserte, son pequeños como las hormigas pero rápidos como las liebres cuando tocan las placas conmemorativas dedicadas a Coppi y Bobet. Quizás sea la semejanza-asonancia con Louison que hace que Bardet baje en primera posición los 2.360 m del Col d’Izoard. Pero el tiovivo alpino ha de que girar todavía unos 53 km. En Briançon empieza Montgenèvre, el col menos temible de las cuatro. Pero nunca hay que creer plenamente en las altimetrías. Al joven partisano Remco se le enciende una luz roja después de casi 100 km de ataque con arma blanca. Diez años mayor que él, Romain, le maquisard, sabe en cambio lo que tiene que hacer: un clic el botón del cambio marca la diferencia. En el paso fronterizo, Bardet es nuevamente primero, pero esta vez está solo. Para Remco, el descenso hacia Cesana es un salto ciego en la niebla: ya quemado, incluso falla un par de curvas cerradas. Los demás resucitan decididos atrás en las rampas de Montgenèvre, incluso Nibali que, escoltado por Ciccone, avanza incesantemente como un elefante púnico.

Sólo queda el Sestriere. Estos 11.5 km son decisivos para la etapa, quizás también para el Giro. Bardet ya es inalcanzable. A sus espaldas se abre la caza a Evenepoel, absorvido por los perseguidores a las puertas de Cesana. Carlos Betancur tiene en sus manos la oportunidad de su vida: durante algunos kilómetros vuelve virtualmente al color rosa. Pero es una ilusión amarga. Justo después del desvío por San Sicario, en el tramo con la pendiente más difícil, el colombiano se rinde. Cruza apenas su mirada, casi suplicante, con la de Carapaz, que tiene una especie de piadoso titubeo antes de subirse de un tirón al tren que han puesto en marcha Lopez, Dumoulin y, sobre todo, Simon Yates.

El Sestriere es una carrera de eliminación. A falta de 5 km se lanza López, a falta de 4 Dumoulin, detrás queda Nibali que, a pesar del peligro del naufragio entre nubes bajas y la desesperación que tuvo que afrontar en Agnello y en Izoard, sigue reduciendo la distancia. En cambio, el joven asaltante Remco naufraga y llegará a la línea de meta con casi diez minutos de retraso.

En Sestriere Bardet se asoma entre la niebla y gana con los brazos levantados, pero lo que importa es ese alud que es la clasificación general y que se precipita tras él. A un minuto del francés llegan Carapaz, con algunos metros de ventaja sobre Yates; a poco menos de 3 minutos Dumoulin y Bennet; a 3’40’’ Lopez, Keldermann, Zakarin; a 4’28’’ Betancur y Visconti; a 5’03’’ Nibali y Ciccone. Con 10’’ sobre el británico el ecuatoriano es maillot rosa; Nibali, está a 13’’.

Con un podio con distancias tan minúsculas, la contrarreloj de mañana será mucho más que un simple desfile formal. ¿Será un doblete para Carapaz? ¿Asistiremos por fin a la consagración de Yates? ¿ O tal vez Nibali logrará convertirse en el corredor más “viejo y ganador” en la historia del Giro? La disputa del SenzaGiro será cuestión de instantes.

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Este maillot será firmado por el ganador de la etapa y subastado por beneficencia al final del Senzagiro. Design hecho por Fergus Niland, director creativo de Santini Cycling Wear, y dibujado por el ilustrador Umberto Massa.

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