«¿Quién es ese diablo que apareció en la recta de Asti para cambiar las tornas y que se parece a Gerbi, quien pedaleó a gran velocidad en el medio de una procesión?». Solo podía ser Peter Sagan: mirada rápida, piernas y corazón que, por fin, le permiten alcanzar una importante victoria de etapa. Empecemos por el corazón: «Dedico esta victoria a Wouter Weylandt que está siempre en nuestros corazones, y a Iljo Keisse, que lo intenta desde el principio del Giro y que sueña con dedicar una victoria a su amigo Wouter, pero que tampoco en esta ocasión lo ha logrado».
A 350 metros de la línea de meta, el belga Keisse sigue estando en la cabeza aferrándose a una fuga de 170 km: el último superviviente de un grupo de valientes. El equipo Cofidis está en plena aceleración gracias al esprint de Viviani, pero, detrás de él, Sagan se da cuenta de que el destino de Keisse, allí delante, está escrito. Hasta entonces iba a rueda de su compañero Daniel Oss, pareciendo casi indiferente ante el inminente esprint. En cambio, como un halcón, decide anticiparse a todos, parte con un esprint y supera al pobre Keisse, sorprendiendo así a los otros esprínters, empezando por Elia Viviani, que no consigue recuperar y tiene que resignarse a la segunda posición.
Keisse y su promesa a Wouter: «Sí, iba buscando una victoria para dedicársela a él y algunos del grupo lo sabían». Solo una cuestión de corazón, además de un gran estado físico, puede llevar a un ciclista de treinta y ocho años, casi evidentemente en su último Giro de Italia, a jugársela, arriesgarse, atacar desde la primera semana como un joven poseído. Cuando huele el adiós, un viejo ciclista de pista se siente obligado a hacer una vuelta de honor digna de una larga carrera. El belga del Deceuninck no ha ganado, pero se merece un aplauso y una gran ovación en este último esprint de la Carrera Rosa. A partir de mañana, los pretendientes darán las últimas pedaladas para ganarse el maillot rosa, pero hoy les espera un descanso merecido. La etapa más larga del Giro, dos días antes del final, es la jornada del dolor de piernas. Dolor de piernas para todos después de la batalla en el Stelvio: maldiciones y riesgos de collejas para quien, después de tres semanas durísimas, quiere seguir lastimándose, casi boca abajo en el suelo, con estos ritmos acelerados. Incluso en un grupo sin sheriffs, hay charla, discusión y acuerdo: en un recorrido de 251 km interminables, desde Morbegno hasta Asti, la llanura resulta reconfortante, como un soplo de oxígeno, antes del último esprint.
Hay espacio a los atacantes, sí, pero sólo después de dos horas de carrera tranquila, que es como debe ser: en las subidas y bajadas de la zona de Como, cinco se van. Sólo cinco: muy pocos para cerrar el partido con los velocistas, pero son suficientes para cumplir una hazaña hasta el último aliento, hasta el final. El primero en tomar la iniciativa es él, el veterano Keisse, que en este Giro ha intentado de todos las maneras posibles cumplir un sueño: para sí mismo, por una larga carrera y para el amigo que ya no está. Se lo ha explicado él mismo al joven capitán Evenepoel, quién era Weylandt, el ciclista que murió trágicamente contra un muro en Liguria durante el Giro de 2011. Ese año el pequeño Remco todavía pensaba en el fútbol, después de la prueba para el Psv Eindhoven. Wouter e Iljo, en cambio, eran amigos de siempre, una vida entera pasada casi toda en bicicleta, desde las pedaleadas despreocupadas por las carreteras de Gent hasta las carreras más importantes.
En el equipo, compañeros y rivales saben lo que pasa en la cabeza de Keisse y se le deja hacer, le dejan intentar. La llanura divide el comienzo y el final del sueño y da la oportunidad, por lo menos en esta etapa, de saborear los bocadillos del avituallamiento sin engullirlos, de lanzar cantimploras a los aficionados, y de mirar las garzas que picotean en los arrozales de la Lomellina. La última llanura del Giro parece estar puesta allí para pensar y volver a pensar. Pensar en las novias que volverán a ver en tres días, volver a pensar en tres semanas de maldito esfuerzo y escuchar a su cuerpo para adivinar cuánta energía queda. Para ganar, para perder o simplemente para llegar a Milán. Junto a Keisse van escapados dos ciclistas de Valtellina, Nicola Bagioli y Francesco Gavazzi. Este último, que es precisamente de Morbegno, es muy elogiado en la salida. Con ellos está el bergamasco Filippo Zaccanti, ciclista guitarrista, que pasa las noches en el hotel tocando las canciones de Rino Gaetano. Ma il cielo è sempre più blu (Pero el cielo es cada vez más azul), como el cielo de mayo, que incluso en la llanura mantiene su color a pesar del bochorno. Otro irreductible completa el quinteto, Chad Haga, que en un dramático accidente tuvo un destino afortunadamente diferente al del pobre Weylandt, y que hoy muestra un tatuaje con un mensaje que parece una poesía para él, aquel número 108 que se nos fue en 2011: «una vez lograda la eternidad, sólo queda la vida».
Cinco minutos de ventaja, casi seis, suficientes para recibir aplausos y alegría de niños y de la población de la llanura Padana, trabajadores a la espera, empleados mirando desde la ventana, campesinos que se secan el sudor entre Saronno, Abbiategrasso, Vigevano, Valenza y Alessandria. No son suficientes para detener el instinto de los esprínters que ven cómo se acerca la última posibilidad de ganar una etapa.
Antes de Asti, ciudad del Diavolo rosso Giovanni Gerbi, las esperanzas quedan en las últimas energías del quinteto y en las calles llenas de curvas, en las sombras del Alto Monferrato: los pueblos de Masio y Rocchetta Tanaro huelen a resistencia y a barbera. Robles gigantes y pocas curvas. Muy pocas. El pelotón se come a los atacantes menos a Keisse, que lo intenta por última vez antes del esprint que se empieza a desencadenar a su espalda. Sagan lo supera, inexorable. La victoria es suya, pero deja que se dedique a quien estaba destinada: no le roba la poesía a un día que podía parecer aburrido y que, por el contrario, llegó a la línea de meta con su mezcla de historias y de humanidad.
«Diablo Peter, olvida la carretera Ven aquí a tomar naranjada con nosotros Contraluz todo el tiempo se va».
Y ahora dejamos la escena al maillot rosa. Las montañas finales esperan en el horizonte.
Este maillot será firmado por el ganador de la etapa y subastado por beneficencia al final del Senzagiro. Design hecho por Fergus Niland, director creativo de Santini Cycling Wear, y dibujado por el ilustrador Daniele Margara.